T03x08: (especial «muerte en directo de un streamer francés»)

(Versión borrador)

Todavía encendida en mi alma, una esperanza desea la segunda parte de la novela «La embriaguez de la metamorfosis» de Zweig. Leyendo la primera parte voy notando la intoxicación; y aguardo al final donde, dice la contraportada, está el antídoto. He leído ya un cuarto de novela. Creo que en tres semanas más habré dado buena cuenta de su contenido. Porque la primera: asfixia diabéticamente, disparando los niveles de azúcar en sangre.

¿Recuerdas aquella escena en el coche de Requiem por un Sueño, donde el protagonista recupera la serenidad tras horas de weep y llanto? Quizás la ascensión de muchos lectores sea un mero subir desde abajo el inframundo a la superficie, zafar la asfixia y dejar que el cuerpo arribe al oxígeno y respirar, haciendo el muerto, sin risas ni orgasmos, sin un firmamento idílico de lujo, recuperando, literalmente, tras la inmersión o (sumisión), el aliento. No grandes carcajadas con el pecho a pleno pulmón, sino, mero, dejar de notar la asfixia. En un recuperar ese arder suave, madero, de una respiración que la mente no percibe, porque, sin alarmas, fluye con naturalidad. De la llorera a la eutimia. Media campana de Gauss.

A semejanza, la adicción, a cómo le ha pasado al Simón; «neoliberal» cuyo único dios es el dinero quien en la actualidad, junto a Paco Porras y Modrick, tras el documental de Tamara, todo de rabiosa vigencia, forma parte del elenco de bufones de la corte carpetovetónica todavía centro radial de las carreteras y de los routers de telecomunicaciones de la península.

¡Aquellos años de las televisiones privativas sacando su cuerpo de bestia feroz —la del italiano, como paradigma, aquellas crónicas marcianas como crisálida de los monstruos— escupiendo, sin piedad ni perdón, telebasura a nuestros hogares!

Como los otros suministros domésticos de consumo diario, energía mondante y lirante, disciplinadamente, como hábito instalado en la jornada, todos en el Ruedo Ibérico conectaban en los comedores/salones de sus casas. Entre comidas y sobre todo por la tarde y el prime-time de la velada: litros y litros de telebasura vertidos desde los rayos catódicos, inundando las casas.

Más tarde, no solo en los salones (a veces coronada con un paño de punto blanco como peana para la figura de una flamenca con ostentoso cabello y onerosa bata de cola), también, conectados al cañón de telebasura, los dormitorios.

El Ruedo Ibérico donde un Rey Desnudo (los borbones, ¿verdad Hasel?, se pasan robando, aunque sea normal real) y unos pocos pueblos romances más o menos conviniendo con el euskera. Al sur de un continente viejo. Al norte del primigenio. Al oeste del oriente-lux. Al este de la Roma menguante en el norte y la cuna de repliegue estratégico de la izquierda en el sur.

Un Ruedo que tiene a Castilla en el centro, todavía. La nación existencial o la nación en armas de Villacañas aquí al rescate.

Al «maestro» (¡bendiciones!) vuelto «hazme reír», payaso del circo-y-pan, le llegó ese punto en el que «consumir» ya no es partir de la superficie y saltar al cielo ingrávido de la potencia consumándose en el presente a todo pistón con el cerebro completamente chutado-iluminado. Consumir es para no estar mal. Para estar normal.

Ya no es intrépida y náutica (psico) travesía con la gnosis como vela abierta que se hincha y mueve el barco (el de Pizarnik, que parte de «uno» llevándole).

Sino, decimos, consumir es para tener los ovarios/testículos, arrestos en general, de Orfeo para trepar la escalera (¡cuidado con el final, que es lo peor: ¡la tentación de mirar atrás!) y sacar a Eurídice de la prisión de Proserpina.

Salir del infierno y regresar a las praderas donde hay serpientes que pican a doncellas que corretean descuidadas borrachas de un frenesí de libido y amor. No tanto la danza enteogénica de un «cogito» que, por la sustancia, se hincha y duplica-triplica-cuadriplica (p vs np) asumiendo para sí y como sí mayor cantidad de «res-extensa» significando esto una «presencia» del «ente» capaz de flipar y maravillar al más valiente y atrevido de los egos homo-sapiens-sapiens que los convocan. No: consumir solo para dejar de dolerse.

Y, el maestro, con 20 pastis tranquilizantes (nombre?) monta un encefalograma plano que, vital: ¡no desear, inhibir la necesidad de consumir!, le hace poder gestionar la cuenta (x+1, donde x es «días sin meterse») inductiva de resistencia. Como en la novela, ojala uno pudiera extraer-desenganchar su sí mismo del inframundo y traerle a la corteza en una sola noche. Mientras duerme. De modo que uno se fuera a dormir maldito y despertara con la tabula rasa, sin esa mácula. No necesariamente encumbrado, pero, al menos, no perseguido o en el ostracismo.

Uno de estos lugares del que «escapar» y que funciona como almacén para las calderas de Botero, una de estas tierras de malditismo, la cuenta en la novela sobre la sobrina de la tía que se casó con un rico en Zweig; y, tras los años, aspirada de la base social, tiende una mano (y un fajo de billetes) para abducirla de un mundo a otros.

En general, ignoro si Jesús Quintero se refiere a ellos en su famoso monólogo de «los incultos de ahora», ese mundo es el burocrático, en el que vive el funcionario bajo la maquinaria administrativa del «Estado».

Pero, en la novela de Zweig, no regresando a la seguridad de un hogar solvente en alguna manzana del pesebre; hogar seguro-reparador del especialista de Ortega en la Rebelión; sino que, al fichar en la salida, caída en desgracia (en este caso, consecuencia de la Primera Guerra) va a dormir al suburbio. Donde la vida no se para encerrada en la burbuja de intimidad y privacidad personal; sino, todavía en la jungla, expuesta e integrada en lo salvaje. No durmiendo con un antifaz, tras apagar luces y ajustar el aire acondicionado en un colchón de varias capas. Sino haciéndolo con un ojo abierto. Dormir literal vs dormisquear.

Un mundo de servidumbre, donde, en todo el día, jamás aparece -y si lo hace se inhibe con culpa o temor- el deseo de desear. Se obedece, se procede con arreglo y a tenor, so capa y bajo las normas. Un mundo que, para un novela titulada «la embriaguez de la metamorfosis», es perfecto núcleo para la trama, perfecto polo negativo para la tensión aristotélica de las tragicomedias.

En la tensión hacia la superación, lo positivo, Zweig escoge este mundo para que su protagonista viaje al otro polo.

Es un paradigma de (lo woke) querer «despertar»; de «salir», «ascensor social» o demás liberaciones del estado pobre, paupérrimo.

Pero no tanto por afán de fama-gloria o renombre. No hacia un orgasmo o experiencia lisérgico trascendente y renovadora.

Sino, mero, como a una simple salud que lejos de abundar en virtudes, mero, aspira a carecer de dolor. No es encumbrase; sino escapar del infierno.

Nota: esta semana murieron «La Juani» y el «padrino» del Martín Hache. Un d.e.p. por ellos. Y unos tragos derramados.

Esos actores, en esos papeles, representan un «bloque» de perspectiva, a modo de leitmotiv y esquema de vida. Cada cual para su generación.

Como decimos: la Juani quiere «salir»; lo de Martín es no querer recibirse en audiencia con el Borbón (si se me permite la homeomorfía; el apellido real aquí equivale a una corte a la que Martín no quiere rendir pleitesía, aunque, por posición, podría).

Al final, todo el rato, lector, intentando trasladar esa condición de partida que vaya de menos infinito a cero. Del mal a la tranquilidad. En contraposición a la otra del star-system y la sociedad del espectáculo, de la normalidad a la gloria.

Que va de cero a un más infinito allende las fronteras del Leviatán trino arcaico y el cielo mediático e imagológico (Kundera) del cuarto poder, del último siglo. Y más allá del quinto poder, atmósfera digital surgida con el arreciar del nuevo milenio (gregoriano).

En este primer tramo de la novela de Zweig (ya digo que espero con mono la segunda parte, quizás tres semanas de lectura), encuentro, va de cero a más infinito. En la forma de un coqueteo con el espejo en una lujosa habitación tras un proceso de atrezzo completo (vestuario, skincare, peluquería y manicura). Puro azúcar.

En cualquier caso, lector: sí, la metanoia es necesaria. Deseable. Unos ojos ciegos que, por la luz, ven. Te flipas.

Gran alegría el post con la imagen de la poetisa con alas de mariposa en la mía de cabecera. Poner enlace al post del insta.

Y el post (poner enlace al blog) sobre «el esfuerzo» de mi sabio de cabecera. Discípulo (entre muchos otros; Ruskoff, etc) de Jodorowsky (porque le regaló en París unas alas boyantes y, llenas de albedo, brillantes). Que, a mi juicio, es un chute de energía a pocos días de arrancar el año académico 25/26. Que uno de los catedráticos publique esa oda a embarcarse en el itinerario curricular y echarle «esfuerzo» en una travesía, trazada en el temario, con fecha conocida tanto de zarpar como de regresar. Aunque, como en «el dolor de la belleza», de Mas: «Qui torna ja no ets tu!«.

Son 2 ejemplos. Cada uno mire, lector, a su alrededor, entre sus referencias de cabecera y encuentre calor en la girándula de esos fuegos de «cambio»…

Efectivamente, ora de menos infinito a cero, ora de cero a más infinito: la metanoia es lugar común. Pasar de un estado a otro. Es cosa sapiens.

Es novela póstuma y, porque falta la aprobación explícita del autor, la leo con una poca de profilaxis y desgana. Sabemos lo que hicieron la hermana y la madre con la obra de aquel genio que enloqueció llorando en el choque de presenciar a un cochero fustigando un caballo de tiro rendido: «¡Soy tonto, madre!» dicen que fueron sus últimas palabras antes de soltarse a la locura.

Por se obra póstuma, no creo que su lectura cale y cambie mi entendimiento como sí las otras. Voy con profilaxis y preservativo, forzando la anti-concepción.

En la primera parte de la novela el protagonista sale del suburbio y se instala, mágicamente (privilegio hereditario), en el cielo de la élite. Diabetes de tipo dos, fijo.

Asaltar los cielos para el pueblo, a estas alturas de la Historia, me parece doblemente difícil: primero porque los dominantes ya son un enemigo inasequible, con Kropotkin, y a pesar de las muchas revoluciones del siglo XX (y sus avances; los derechos fundamentales entre ellos); pero, segundo, como en la ilustración, porque la razón (al menos en un caso) devora a sus hijos. En palabras de hoy: tocar poder te corrompe.

Bueno, lector. Creo que la crónica puede acabar aquí. Te informo de que estoy leyendo la novela «la embriaguez de la metamorfosis» de Zweig, que estaré todo el mes y que, si quieres, al pie en los comentarios; (o con un usuario de WordPress) o aquí mismo en el blog, revista digital FOSS, si gustas: hacemos el club de lectura.

Vamos preparando el año académico 25/26 que en nada abren las aulas.

A colación de la imagen que encabeza este artículo, hay un trocito en la entrevista Liria-Dolorex donde lamentan que «La Ilustración no fracasó; que fue guillotinada; y que es muy distinto lo que ‘fracasa’ de aquello que se esfuerzan en derrotar. Si fracasa es que no tenía razón de existir. Si lo derrotan es que pudiendo funcionar, por eso justamente, lo quitan.»

Publicado en IA.

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