Índice:
- Interpretación del texto por GPT
- Texto en sí
Interpretación del texto por GPT
Bloque 1: Oscuridad vs. Positividad, Religión, Metafísica y Ciencia
1. La dicotomía entre lo oscuro y lo positivo se presenta como una oposición entre visiones del mundo: la religión y la metafísica representan ámbitos no iluminados por la razón, cargados de misterio, ficciones o intuiciones “pre-racionales”; la ciencia se erige, por contraste, en un espacio de claridad, de luz intelectual y evidencia empírica. Esta contraposición no es estrictamente despectiva hacia la religión o la metafísica, sino que subraya cómo el conocimiento científico, con sus métodos, pretende disipar esas sombras y alcanzar un entendimiento más sólido de la realidad.
2. En la sociedad globalizada actual, religión y metafísica coexisten con el discurso científico, pero su rol es más plural y periférico. Ya no dominan el panorama del saber de forma absoluta, sino que comparten espacio con el conocimiento científico y las tecnologías digitales. Muchas personas encuentran en la religión un referente simbólico o moral, más que explicativo. La metafísica, por su parte, puede verse replegada a un ámbito filosófico, útil para reflexiones de segundo orden, aunque con menor influencia cultural si la comparamos con la robusta presencia mediática de la ciencia.
3. La ciencia ha asumido un rol casi sacerdotal en el imaginario contemporáneo: se la ve como la autoridad que “dice la verdad”. Allí donde antes un sacerdote dictaba dogmas desde el púlpito, hoy el científico, el experto en su laboratorio, es quien ilumina incertidumbres. El peligro es que esto genere un nuevo dogmatismo, un “cientificismo” que se asuma infalible. La ironía del texto sugiere precisamente este riesgo: que en el afán de claridad científica terminemos con una posición tan rígida como las que se pretendía superar.
Bloque 2: Contexto Cultural, Histórico y la Ley de los Tres Estados (Comte)
4. La Ley de los Tres Estados de Comte plantea que la humanidad atraviesa fases: la teológica (donde se explican los fenómenos con dioses), la metafísica (conceptos abstractos, esencias) y la positiva (el conocimiento basado en hechos verificables y leyes científicas). El texto destaca que en la etapa positiva la razón científica madura y se constituye en la principal vía de acceso a la realidad. Este salto se entiende como la culminación de un proceso histórico, donde el método científico se erige como el más solvente y “adulto” frente a las otras formas de saber.
5. La historia sirve de telón de fondo para observar la transición de las visiones del mundo. Atenas, Jerusalén, Roma, Sevilla, Berlín, Londres, California… son hitos culturales y geográficos que marcan distintas épocas y tensiones ideológicas. Estos lugares simbolizan el paso de credos tribales, politeístas o teocéntricos, a racionalidades más estructuradas, globalizadas, con tensión entre poderes laicos y religiosos, hasta llegar a una modernidad tecnológica. Cada emplazamiento encarna un momento del tránsito desde la oscuridad hacia la luz del positivismo.
6. La biografía personal, como la supuesta noche de Comte en el Sena, añade dramatismo y una dimensión humana. Mitos, anécdotas o leyendas alrededor de figuras fundacionales contribuyen a forjar la narrativa de la ciencia como epopeya personal y colectiva. Estas historias sirven para humanizar el proceso científico y subrayar que detrás del método y la razón hay individuos que luchan, dudan, sufren crisis, y cuya superación personal se funde con la construcción de un nuevo paradigma de conocimiento.
Bloque 3: Ciencia, Método y Realidad
7. La tensión entre realidad objetiva y las corrientes nominalistas o idealistas es un punto crucial. El texto reconoce que el realismo asume una realidad independiente del observador, mientras que el nominalismo o el idealismo cuestionan esta independencia. La ciencia, en su versión positiva, parte de la premisa de que existe algo “ahí fuera” que podemos conocer empíricamente. Sin embargo, el texto sugiere que no es tan simple: hay filtraciones lingüísticas, culturales y tecnológicas que median el conocimiento. La realidad parece existir, pero su aprehensión nunca es tan directa ni incontaminada.
8. La ciencia aspira a reducir la incertidumbre, pero nunca la elimina del todo. Más que un mito positivista, podemos decir que es una meta asintótica: el método científico nos permite corregir errores, acumular evidencias y construir teorías cada vez más robustas. Sin embargo, la entropía, la complejidad del mundo o el carácter inabarcable de lo real permanecen. Podríamos decir que la ciencia brilla en un océano de oscuridad, ampliando lentamente el radio de luz, sin prometer un día alcanzar la claridad total.
9. Hay una distinción entre el instrumento y el objeto de estudio. El telescopio y las herramientas tecnológicas actuales (desde aceleradores de partículas hasta supercomputadoras) son medios. La ciencia idealmente no idolatra las herramientas, sino que las utiliza para aproximarse a la estrella, al genoma o al cosmos. En la práctica, a veces nos fascinamos con el instrumental, olvidando que la grandeza está en lo que revelan, no en los aparatos mismos. El texto nos advierte de no encandilarnos con la herramienta y perder de vista la esencia que pretendemos descubrir.
Bloque 4: Tecnología, TIC, IA y Ciencia
10. Podría decirse que la IA promete un cuarto estado más allá del positivo, un estado algorítmico donde el conocimiento no es solo empírico y racional, sino también creado, transformado y potenciado por máquinas inteligentes. Este cuarto estado implicaría un salto cualitativo en la producción y validación del conocimiento, integrando las capacidades del método científico con la computación intensiva y la modelización matemática automatizada. La IA no cancela la ley de Comte, pero la vuelve más compleja y con un posible nuevo peldaño evolutivo.
11. La IA está redefiniendo el conocimiento al permitir análisis masivos, aprendizaje automático y modelización de fenómenos complejos. Puede prescindir del sapiens en tanto que no requiere necesariamente la presencia constante del humano para operar o “aprender”. Sin embargo, la IA depende de datos, etiquetadores humanos, infraestructuras y valores culturales que le dan contexto. En cierto modo, hay una simbiosis: la IA reconfigura la idea de realidad al filtrarla a través de algoritmos, pero no está totalmente desvinculada de la humanidad que la programó.
12. Al pasar de la lógica y las matemáticas puras a la algoritmia, estamos ante un cambio de escala. El conocimiento ya no se produce solo con lápiz y papel, ni con dogmas. Ahora se codifica, distribuye globalmente, se actualiza en tiempo real. La validación se vuelve más dinámica gracias a repositorios, redes de pares, plataformas colaborativas y big data. Esto democratiza el acceso al conocimiento pero también dispersa la responsabilidad. Las verdades científicas se reconfiguran como hipótesis moduladas por la capacidad de cálculo y la conectividad planetaria.
Bloque 5: Dimensión Ética, Moral y Política de la Ciencia
13. La ciencia no es moralmente neutra. Sus aplicaciones siempre ocurren en un contexto social y político. Si bien el método científico en abstracto busca la verdad, las aplicaciones tecnológicas pueden servir a la guerra, la opresión o la manipulación. La ciencia debe asumir responsabilidad, o al menos quienes la aplican deben hacerlo. No basta con decir que es neutral; debemos reconocer que su poder exige una ética sólida.
14. La búsqueda del conocimiento a menudo se ve infiltrada por intereses económicos, políticos o militares. Con las modernas tecnologías, la inocencia científica se desvanece. Resulta imposible ignorar que la investigación se financia, se patenta, se usa con fines estratégicos. La ciencia puede convertirse en un arma o un negocio. Esta pérdida de inocencia exige una reflexión constante y regulaciones que limiten abusos, blindando al menos parcialmente el ideal de verdad.
15. La banalidad del mal, aplicada a la ciencia, podría entenderse como la facilidad con que el conocimiento científico puede servir a fines deleznables sin que nadie asuma responsabilidad personal. Tecnólogos y científicos pueden limitarse a “seguir órdenes”, desentendiéndose de la moral. El texto nos advierte que el método, tan potente, no garantiza un uso ético. El conocimiento puede volverse herramienta de opresión o destrucción. Debemos ser conscientes de ello.
Bloque 6: Hacia el Futuro: Singularidad, Espacios Virtuales y Nuevos Paradigmas
16. La singularidad –la irrupción de una inteligencia artificial radicalmente superior– pondría en jaque la ley de Comte. Podríamos enfrentar un estado posthumano, en el que las distinciones entre teológico, metafísico y positivo se vuelven irrelevantes ante una IA que genera conocimiento por sí misma. Este nuevo escenario trastoca los paradigmas epistemológicos heredados, pues la IA no “cree” en dioses ni en esencias metafísicas, ni se limita a la mera positivación humana, sino que produce saber por métodos para-humanos, quizá ininteligibles para nosotros.
17. La “nueva temporada” anunciada parece ser una invitación a asumir que el conocimiento ya no es estático ni exclusivamente humano. Es un futuro donde las herramientas, las máquinas y la red global integran un continuo fluido de información y acción. Este escenario redibuja la relación entre poder, saber y realidad: el conocimiento se actualiza, distribuye y aplica en tiempo real. Tal vez se abra un espacio para nuevos pactos éticos, nuevas formas de entender la identidad, la política y el rol del sapiens en un mundo cada vez más intervenido y mediatizado por la razón algorítmica.
Texto en sí
Mientras que religión y metafísica representan lo oscuro, lo nesciente, lo pseudo-, lo para-, o, del todo opaco: lo esotérico, lo no informado, o, incluso: lo inocente, lo naive, lo proto (anterior a…), o, por qué no, lo deliberadamente ficcionado, impostado o artísticamente interpretado en la dispensa del escenario con telón y canalejas o de un altar tribal con tótem y ayahuasca; lo positivo se toma por acrisolado, alumbrado a la luz de la razón, genuinamente científico: informado; verdadero, positivo, empírico, racional, útil, natural, pragmático. Fenomenológico. Esto, lector, es así. Ni lo he inventado yo ni, creo (porque no me estarías leyendo), tú. «Este bonito mundo que padecemos…» que versaban en El lobo estepario.
Empero, lector, aquí, ahora, por ocio, por sociedad, cultura y ecología, lease esta entradilla como invitación a la nueva temporada de la revista digital abierta Escrivivir.co. Un saludo del team editorial. Siguen los mismos que la temporada 2: Adam, Martín, Lucía, Alejandro, Diego, Teresa, Marcos, Aleph, el bot títere-digital-marioneta Aleph Null,…; y se incorporan nuevas caras, ¡no hago spoiler! Invitación a entretenernos con unas notas a pie de página. Tomar algo sólido de eso que está ahí y no hemos inventado nosotros alargándonos en frases matizando, alabando o asombrándonos con tal o cual direte. Recalibrar o reconfigurar aquello o probar de aprender lo otro, lubricar y modernizar nuestro modus operandis a partir de eso que está ahí, aunque, insisto, no lo hayamos inventado ni tú ni yo. Podemos hacer transiciones históricas entre diversos puntos concretos en que alguien hizo algo o pasó algo que contribuyó o, «Eppur si muove«, directamente, cambió el juego. Hemos usado un italianismo, usemos también anglocabronismos: cambió el chip. Fue un game changer. Momento start-up. Actitud fundraise. Frontier model. No son los más. La historia cuenta estos «giros» a cuenta gotas. Por lo general, inviernos. Inviernos seguidos de inviernos.
Puede, algunos lo niegan y otros calzan misterio y duda, que lo oscuro no muestre eso que está ahí. Sin embargo, nos dicen, lo positivo sí lo hace y, de hecho, con el compromiso de únicamente, solo, y solo si, necesaria y suficientemente, completa y admisiblemente, muestra lo que está ahí.
Veremos, lector, ese es el propósito de este capítulo piloto, los trazos finos que trazan la gruesa línea de arriba. En los párrafos que siguen se enumeran a lo escueto y con ánimo de brevedad distintos «caminos» a la hora de unificar el término «Ciencia».
El objeto es hacerlo aquí, fuera del curso, en este «piloto». Soltar el índice junto con el resto de hojas pero en plan meta, un poco apartado. De modo que durante el año podamos prescindir de ese incómodo tener que justificarse a cada paso por andar líquido flotando en la relatividad fragmentada de un posmundo deshecho en mil pedazos sin contexto ni «se sobrentiendes» para poder andamiar un discurso. En este nuevo mundo global con visos de planetario, nunca sabes quién puede leerte. Qué artefacto artificial te habrá etiquetado. Que fangroup te habrá indexado en sus caricaturas. No sabes quién ni en qué lengua alguien ayudado de un traductor artificial puede acabar leyendo tus letras. En esta e-novela que se escribe fuera de la imprenta y que fluye por las autopistas de la información resultan lastre tus vicios chovinistas, tus cotas patrióticas, tus convicciones religiosas o tus preferencias estéticas acordes con el término medio de tu cultura, todo tu coadyuvante local carece de presencia arriba en el territorio ecuménico, objetivo y, en definitiva, positivo, que cualquier alumno de Comte (abajo desarrollamos) conoce y se hace competente tras finalizar su curso.
Aunque, en rigor, lo oscuro o lo positivo, nuestra intención, lo que nos importa es «la realidad». ¿Qué ha de importarnos el medio para llegar a ella si a la postre nos asimos?
Por supuesto, nadie responda sin tomar principios morales internos de primer orden encumbrando sistemas éticos relativos e individuales en nuevos órdenes de interelación, obvio, mediante y durante. Sin ellos, asirse así, a lo animal, no es propio del único animal que, además, también, extra y como adenda o guinda, puede usar lo ‘sapiens’ para hacerlo. ¿Qué importan los medios? Tengamos presente a científicos experimentando en el laboratorio viviseccionando o científicos construyendo marcos regulatorios en la experimentación vía cartas de derechos que extienden la conciencia a otras ramas filogenéticas del reino Animalia y, por ende, se les reconoce la estética del dolor y el usufructo de su percepción. ¿Importan, lector, los medios?
Los Científicos hoy día, nos dicen, son nuestro único y exclusivo garante de acceder a ella, a la realidad. La ley de los tres estados matiza el grado, calidad y cantidad de realidad que desde cada una de esas fases un sapiens puede aspirar (por Comte, abajo desarrollamos). La madurez del método científico, sin duda, hoy día, en esta época, se declara más solvente que un metafísico adolescente coqueteando con la verdad, y, desde luego, mucho más solvente que el teológico y separado balbuceo de un bebé que tiene lejano (en un mundo omnimodo, omniscente y ubicuo) cualquier asidero racional con la verdad.
Se entromete en este texto la mirada TIC de las nuevas tecnologías de la información que puede sean la última de las olas de la revolución industrial que nació con las máquinas de vapor y ahora va por los Optimus, los Tesla bots. La complejidad y automatismo que separa un simple motor de vapor revolucionando un pistón en los albores grises y turbios del Londres industrial sirve para un enoooooorme y giganteeeesco espacio por ejemplo hasta la complejidad y automatismo del último prototipo de humanoide sirviendo copas en la presentación de la última flota de vehículos autónomos de Tesla en California. ¡Qué vértigo!
Es una coletilla literaria que arrastro desde la juventud haber descubierto que la historia funciona en olas que nunca parten de la nada sino que son un se sigue y que nunca acaban solas fundiéndose donde nace la siguiente.
Así descubrí que la raíz indo-europea «weik» rodó como un canto en el lecho de un río, transformando la concepción Ubuntu de «ser por los otros» y miles otras formas de posicionarse respecto de uno mismo y los demás. Clanes, casas, economía para administrar lo que es de todos o, también, lo que no es de nadie y entonces está a la mano de cada uno.
Rodando rodando hasta la asamblea de ciudadanos libres que se ocupaban de la cosa pública en la antigua Atenas griega formando Ekklesias; y, ¡ete aquí, lector! que ese mismo acto se funda en las Iglesias que el mundo religioso expandió por el planeta cambiando redes de libres por cadenas de ordeno y mando desde piñas en bastones arriba en la punta, estableciendo la política de acción hacia abajo de la pirámide hasta el último monaguillo.
Atenas, Jerusalem, Roma, Sevilla, Berlín… para el primero de los tres estados de la ley… ¿Para un cuarto: Londres, California…? Pero, lector, ¿»una» Ciencia? ¿Cómo pueden los científicos concentrarse en resolver «el problema de los tres cuerpos» o los 7 del milenio cuando a un lado y otro del muro gran cortafuegos chino se expanden dos redes independientes y distintas como expresión de una tensión con tintes de guerra total entre cuatro o cinco hegemones a penas si picoteados por las guerrillas esparcidas en enjambres?
¿No es la misma ciencia la que está indexada en ambas redes de pares? Y, sí, no es tan dramática la situación y no faltan equipos interdisciplinares agnósticos respecto de la nación. Pero, lector, ¡ay!, las contiendas que relacionan a las máquinas con los programas que se pueden o no instalar, los mercados de aplicaciones que discriminan quienes las pueden descargar. ¿Conoces los cismas de Oriente y Occidente? ¿El cisma chiítas y sunitas? ¿el cisma protestantes y católicos? ¿Acaso la última de las grandes catedrales levantadas por maestros canteros no corre peligro, de nuevo, de abrirse en cisma? El Kernel de Linux, origen y ónfalo del resto de sabores de este sistema operativo (que corre animando inteligencias operativas tanto en dispositivos del planeta como en las máquinas que van al espacio) ha roto décadas de paz, armonía y unidad admitiendo obligaciones acientíficas, geopolíticas, este noviembre, emitiendo un registro de cambios en el repositorio de código del kernel que expulsaba al colectivo ruso y, posiblemente, con él, su código. Oyéndose el resquebrajar del cisma en toda la red de redes. En una obvia expresión de que si bien puede concebirse la Ciencia, extender e instaurar su reino en la Tierra es cosa quimérica y estocástica obligada por demasiada banalidad del mal. ¿Quijotesca?
Se entrometerán aquí esas miradas «computológicas». Caerá algún chiste como ese recursivo nombrar del hacker apodado «rms» describiendo su invención de forma inasible: «GNU»; donde (por su inglés: GNU not Unix) GNU significa GNU no Unix; de donde GNU no Unix no Unix y, ¡qué genialidad!: GNU no Unix no Unix no Unix. Ad infinitum. Un clara apuesta vital crear un espacio de creación que parta de un suelo y pueda alejarse creativamente a voluntad. ¿Te has pasado alguna vez por la web de Richard Stallman? Te parecerá que aterrizas en otro planeta. Su visión del mundo es externa, su PoV no es, lector, de nuestro mundo.
¿Una ciencia que admita ambos mundos? Para lectores legos, aviso que si bien agregaremos a nuestros textos ingredientes o trazas TICs es nuestro firme compromiso no copar o tomar protagonismo quitándoselo, lector, dijimos, a esa propuesta de refractar el rayo blanco único de la Ciencia en su descomposición en múltiples colores. Muchas ciencias juntas hacen la Ciencia; esta es nuestra premisa. No nos interesa más de lo debido, lector, porque no la consideramos fin. Solo un medio. El interés es coyuntural por más que la Ciencia nos ofrezca un marco estructural perfecto para nuestro fin. «No nos interesa más de lo debido» es que no celebramos tanto a nuestros telescopios como chillamos eurekas por lo que vemos con ellos. El mérito, los titulares y los índices van para la estrella a la que hemos puesto nombre; y no nos interesa más de lo debido el telescopio que quedará solo y estático en el observatorio.
Y la propuesta es a usar cuatro o seis notas a pie de página y siete o nueve transiciones históricas que nos permitan volar a través de los hitos o fulcros de la espiral de evolución de la conciencia humana, en primera instancia, la culpable y raíz de toda oscuridad y de toda positividad. Expresión asible de la propia evolución de la humanidad en el planeta Tierra y su ecosistema… 5 reinos donde Animalia no es el más abundante.
La ciencia o, perdón, la Ciencia: un método para pulir el error y producir verdad. Determinar lo indeterminado. Ordenar el caos. Reducir la entropía eliminando incertidumbre para ganar información. Explorar lo ignoto. Sistematizar lo estocástico. Explicar lo inefable. Ver las luces en la pared de rayos cósmicos y presentir los espacios cuánticos de probabilidad debajo de los diminutos límites de Plank. Hacer clasificación y regresión con nuestras emociones y tipificarlas en un marco neurotípico funcional. Ordenar y reglar nuestras percepciones de modo algebraico, geométrico y universal. Decir y decidir tanto lo indecible como lo indecidible. Etcétera. Se nos escurre entre las manos la realidad, lector. Al máximo positivo que, juntos, como cuerpo razonador científico, hemos podido demarcar espacio conocido llamamos: Cosmos. El resto, brutal oscuridad. Y todavía que como galos sitiados por romanos podrían resistir algunas parcelas entrópicas y asalvajadas dentro del Cosmos, territorios donde no aplica el derecho romano ni su jurisprudencia, pero, a fuerza de marchas militares, tarde o temprano (¿qué opinas, lector?) la Nada pierde pie y el Cosmos queda completo conocido. Esa pequeña región…
No se duda que, a día de hoy, con los medios que tenemos, la Ciencia cuenta con potentes «esteroides» técnicos a la hora de lidiar con el trecho que va entre el dicho (empezar la investigación con el método científico tras fijarse un par o tres de hipótesis) y el hecho (culminar un experimento y producir explicaciones indexables en la red de pares).
Y constantemente están goteando ingenios científicos útiles desde los laboratorios cayendo al territorio aplicado del campo de verdad a pie de acontecimientos y actualidad.
La Razón Científica le demuestra al devenir de los tiempos que es una perfecta maquinadora capaz de, precisamente, replicar a Dios alumbrando de barro (coltán, silicio,…) un cuerpo de máquinas si no inteligentes, al menos, postulando a «smart«.
¿Podrá (y lo desarrollamos abajo, lector) esta estirpe artificial aprovechar el génesis y la luz sapiens engendrando, reproduciendo y poblando el planeta? A esto, lector, llamamos: singularidad. Veo la misma relación entre amígdala (cerebro trino reptiliano), córtex y necórtex que entre razonamiento lógico, matemático y, aquí el saltito singular, algorítmico.
El lenguaje, allí donde Wittgenstein diera su mandato al silencio, es un mamotreto que ese mismo lingüista revisará en su madurez apelando al uso particular, concreto, situado que de él se haga. No un Ciencia. Las ciencias situadas. Tanto en un espacio como en un tiempo. El lenguaje, a la postre, lógico-matemático, tras el girito IA («Eppur si muove…«) en un neocórtex que se vale de ese motor generativo para, de algoritmia, construir nuevos centros organizativos racionales para generar sistemas operativos capaces de operar la ciencia con mayor expresividad y alcance.
Sin duda, se ha demostrado, es así, hemos visto, el mundo lógico es un cimiento consistente para abordar un asalto a la nada abstracta con sesuda utillería matemática a partir de números. Esto es ciencia pura. Esto es razonar. La gracia de Los Números, por encima de la lógica que está apegada con una carga simbólica imposible de «informar», sería: a) son conocidos; y, b) son los que son a diferencia de lo que representan en la realidad, la cual no acabamos de saber exactamente qué es y siempre nos sorprende con nuevas instancias y clases. Hay una convención axiomática (querer creer) en las matemáticas y los números se prestan a las más variopintas asociaciones y correlaciones de significado. Siempre y cuando se haga de forma consistente, una vez anexada así la realidad con los números, estos pueden volarse millones de kilómetros alejados al plano abstracto de las ideas asépticas y desprendidas de cualquier carga sensorial.
En esta distancia, por supuesto, el matemático habrá de sentirse solo. Sentir frío, casi, diría, afanarse con los cálculos mirando cara cara a la muerte, la idea de total acabamiento. Me viene a la mente el momento Comte en el Sena o el momento Taniyama con su contribución decisiva para demostrar el último teorema de Fermat para reconciliar en los números ese mundo algebraico de formas y planos con ese otro mundo de cambio modular de frecuencias y revoluciones. Soledad fuera de todo, arriba a solas en la carcasa matemática, operando los resortes abstractos, seguros de andar manejando realidad menos por el contacto o la percepción de su sustancia como por codificarse con rigor y bajo la atenta mirada de un «compilador» que no perdona un punto fuera de lugar (¡horas de desarrolladores buscando el maldito punto en un código que bugueado produce ejecuciones con secuencias extravagantes e indeterministas!). Un «no hacer trampas». Un formalizar a sabiendas que tras la escritura, vendrán las cruces o anotaciones en rojo de un experto corrigiendo el desarrollo, sin miramientos ni consideraciones éticas, rayando en rojo donde hay un cálculo erróneo o dónde una regla aritmética quebrada.
Le parece a la humanidad, ¿verdad, lector?, hoy en día no únicamente ya se cuenta con los propios sentidos para abrazarse a la realidad sino que, además, puede extenderlos portentosamente en mil y un instrumentos o máquinas que dan las más intrincadas lecturas de la realidad. ¿Quién, claman los ciencifistas, en su sano juicio despreciaría tal posición para abundar en la realidad volviéndose con un espíritu estético hacia las sensaciones personales que percibimos aquende las puertas de la percepción en nuestro hermético «yo»? ¡La ciencia es el camino!, nos claman. Y, vemos, es así, no falta razón. Nunca mejor dicho.
La algoritmia obedece al movimiento contrario a las matemáticas. La soledad del informático escribiendo el código del algoritmo da para la desesperación, la soledad y el frío. Pero esta obra no se «va» como hace la matemática. Viene de ella. Regresa poderosa y potente, en cinco generaciones de lenguajes, al lenguaje natural. Y, de periféricos, regresa del más allá abstracto y platónico al territorio sensible, físico, experimental, campo de verdad.
Si la matemática abre una representación articulada y decible sobre la realidad, la algoritmia regresa de ella operativamente a aplicarla. A la par que la red de redes establece el gran folio global para este tipo de escritura, los textos algorítmicos se hiperenlazan primero arrimados a las placas de procesadores que habrían de ejecutarlos pero después universalizándose en protocolos que permitían crear algoritmos agnósticos respecto de la realidad (las máquinas) en que fueran a hacerlo. Simbolismo lógico-matemático dentro de un territorio de nuevo cuño: virtual. Donde, bajo las tablas, tan solo «el todo o la nada», binario, luz/oscuridad, positivo/negativo, lleno/vacío o el ancestral yin-yang codifica las hebras esenciales que, como femiones/bosones, soportan el mundo cibernético.
Primero fueron islas desconectadas, territorios de redes locales generalmente orquestados por un servidor capaz de relacionar entre sí un número pequeño de clientes individuales. Desplegaban espacios de ejecución donde una miríada de algoritmos campaban ejecutando sus funciones o misiones.
La nube apareció en la atmósfera de nuestra sociedad cuando las telecomunicaciones digitales lograron acaparar con cables oceánicos o mayas de satélites una dimensión suficiente para delimitar una idea de Aldea Global. No todo el planeta tendría cobertura. Pero, al menos, no sería necesaria una condición sedentaria para pertenecer a la red. La revolución admitía, como al principio del hito civilizatorio, al nómada. Eso sí: digital. Y la red móvil aparecía dentro de (o entre) la red fija como un factor dinámico tipo aquellas míticas redes de Indra donde un punto podía llegar a contener «virtualmente» toda la red.
Redes de pares conectados replicando cadenas de información imitaron entonces los radicomas de los hongos o los vegetales rellenando los huecos dejados por los grandes backbones troncales y routers concentradores principales protegidos en una ceremonia de 7 llaves para garantizar una fuente única, primera y exclusiva de autoridad. La criptografía hace una entrada triunfal en la cuna de Academias trayéndose su propia cátedra y entona su, ¡ete aquí, nosotros! Y por esa constitución sobre la criptografía que la Ciencia crece un poca más e incorpora un nuevo sector de captación de realidad. Aunque, en este caso, por su condición de ocultación, de opacamiento, una ciencia con una vertiente negativa obsesionada con reescribir la información de tal forma que aunque todos puedan leer sus letras solo unos pocos puedan comprenderlas. Y, 2024, habrán quienes hablen allende esos territorios, distinguiendo como teístas y deístas, entre cybers y cyphers, territorios colindantes pero abiertos de distinta forma y con distintas políticas sobre la realidad, una vez más corriendo la línea de la luz, la autoría y los focos de identidad entre los bien definidos constructos diurnos y los anónimos o panecásticos personajes nocturnos que suelen deambular ocultos en penumbras y sombras.
El bucle DevOps, en nuestra época, es entonces la perfección absoluta de la danza científica en la que registro a registro, commit a commit, ágilmente, se establece una conexión de integración continua desde los laboratorios al campo de verdad, en producción.
Staging como sustantivo que expresa el incorporar razonamiento nuevo (algoritmos nuevos) en sistemas que están en marcha y que deben pausarse de forma óptima o, incluso, repostando en el aire, o calentando antes de salir para aparecer en marcha ya con la velocidad adecuada; réplicas modificadas que habrán de sustituir a las actuales.
Desarrollo y operación en una unidad nunca antes vista por la Ciencia en el planeta. Una frontera codificada en canalizaciones que conecta los fríos repositorios con los puertos calientes en producción. Bucle CD/CI que, literalmente, unifica al aparato razonador (la cárcel del lenguaje) con la política de acciones y su ejecución. ¿Quién, lector, habrá de preguntar el ciencifista, en su sano juicio prescindiría de tal posición para ejecutar el método científico preocupándose por cuestiones teocéntricas, metafísicas o, si se quiere, incluso, ahora ya, sapiens, humanistas? ¿Acaso no son un cuarto estado deseable a la ley de Comte estos artefactos que razonan con tanto detalle, precisión de punto flotante y matricial?
La ciencia, ¿por qué es patrimonio del sapiens si es un método de pulir error? ¿Acaso las máquinas, expertas en ello, no habrán de proclamar su cuarto estado de la ley de Comte donde se quiten un impreciso y viciado (por lo metafísico y lo teológico) primate suficientemente listo para inventar la algoritmia; ahora ansiados de proclamar una Ciencia que se ejecute algorítmicamente con registro preciso y maquinal?
No siempre fue así. La Historia de la Ciencia, cuando no tenía esta utillería técnica tan potente, y, por ello, tardaba montones de años en recorrer desde el dicho al hecho, era un penoso y ostracista recorrer trechos en clandestinidad. Invierno a invierno.
La realidad, lector. Ese es el gran qué, su para qué, por qué, cómo y cuando de la Ciencia.
Lo que te convierte en realista, el «lore» común es: «[1] que existe una realidad independiente de nosotros que puede conocerse de algún modo«. Y tú, lector, ¿te consideras realista?
Frente a ellos, hay nominalistas afirmando que no existe nada «ahí» surgidos «de los filósofos medievales que, en el debate de los universales, defendían que estos eran meros nombres; literalmente, ‘pedos vocales’, (flatus vocis)«. Estos «nominalistas», entonces, claman por prescindir al máximo de capas y capas de concepciones sobre la realidad reduciendo, al final, por eso no existe la realidad, al lugar donde se está observando esa realidad, que es uno mismo dentro de una cárcel cuyos barrotes son las palabras, de haber algo, única realidad.
Frente a ellos, los idealistas de última hornada también tienen en común un momento «el observador es quien crea la realidad» aunque, debe recordarse, existe un «idealista» primigenio Platón-Leibniz que iba más allá de «[1] la posición realista por antonomasia; (…) los platónicos creen que los entes matemáticos existen con independencia de nosotros. Al afirmar la existencia de entes inmateriales, esta forma de idealismo objetivo no se opone tanto al realismo cuanto al materialismo«. Estirpe o laya de científicos que, a su vez, ramifican según si se especializan o centran en el «desarrollo» o si prefieren dedicarse predominantemente a la «operación». Y es que «[1] La dependencia se puede plantear en el orden del ser o en el del conocer. En el primer caso, tenemos un idealismo ontológico al estilo de George Berkeley; en el segundo, uno epistemológico a la manera de Immanuel Kant.» Fruto de estas aventuras la vieja doxa aristotélica quedará como una periférica y anecdótica opinión que las personas habrán de guardarse para sí o compartir de forma educada por compadreo o relación social dejando el espacio serio e importante para el despliegue de complejos sistemas epistemológicos capaces de manejar el gran saber resultante en forma de Noos, casi, pongamos, neocórtica y divina.
Frente a ellos, mis favoritos («yo me acuso», lector), «[1] El solipsismo, la doctrina de que solo existo yo —o de que solo me conozco a mí mismo— está muy cerca del escepticismo. Según los escépticos, no hay ningún saber firme y seguro; es mejor suspender el juicio (hacer epokhé) antes que adherirse a una opinión mudable.«
Hasta aquí, lector, el SotA de la cuestión. Identificamos, sin inventar, nada más que tomando lo que ha sido así, la tríada: una «realidad», el «sapiens» y «un método». Con estas tres cosas, dentro del marco evolucionista, el primate que separó su rama filogenética del gorila y que supo exterminar a todos sus competidores tróficos (neardentales,…) consuma una Trinidad que primero será simbólico-religosa, más tarde lógico-religiosa, después matemático-lógica y, finalmente, en nuestra época: algorítmico-matemática.
Cosas que son así y que dan para notas a pie de páginas y transiciones históricas más o menos vinculadas en un hilo narrativo. Pomposas y repletas de carga semántica esas palabras pero, lector, no debemos perder de vista que siempre siempre (al menos, «hasta» la singularidad que pueda acontecer a medio o largo plazo) esas palabras son habladas por humanos. La necesidad de establecer un paradigma o gran sistema con el que acudir a las tribunas de las academias, a los micrófonos de los congresos o a una simple caja en un rincón de oradores en un gran parque: las «grandes palabras» nunca fueron algo separado de la biografía de esos sapiens que cursan el intento y tratan de atraparlas en sus discursos.
Un caso muy paradigmático lo vivió Comte. En 1826 cruzó el rubicón de sus creencias y dándose por vencido soltó ese ímpetu quimera de diseñar concreta y positivamente su método; que, aquí la referencia, debía no solo salvar a la sociedad sino también a él. Es decir, su obra (un método) era, a la vez, una biografía deseada. Es decir, un texto que aplicaba tanto a lo individual como a lo colectivo.
Comte había nacido en ese momento de Modernidad como ruptura del mundo medieval y los antiguos regímenes de feudos. Las revoluciones liberales llenaban los parlamentos con asambleas, las aulas con debates y las plazas con chismorreos. El avance liberal creaba numerosos vacíos de poder a medida que sacaban de los centros a las viejas figuras teológicas. En el poder constituyente hervía un ferviente anhelo de constitución.
El paso Moderno consistía en abrir puertas y ventanas del amurallado coto religioso. Las estrechas lindes teocráticas ahora mil veces vueltas del revés zimbreando los cimientos dogmáticos de un sistema basado en axiomas que tan pronto se armaron tan pronto se desmontaron; basta dejar de querer creer. Aunque no se esfumaron sino que fueron integrados como versiones simples y torpes de nuevos sistemas más complejos. Al pasarse de un contexto monista a uno pluralista la estructura humana acható muchas de sus jerarquías en radicomas constitucionalistas.
Comte es uno de esos sapiens que vivieron esa transición. Nació en un mundo elevado y distante, si el hielo fuera dogma, aquél era un mundo teocéntrico de cumbres en altas montañas nevadas todo el año, que cruzaban al sesgo la historia con el conocimiento congelado, blanco, estático y sólido apelmazado en las cordilleras.
El calor sapiens de Comte y los suyos acabó por disparar el cambio climático. El hielo se derretía y caía abajo por laderas y barrancos, surcó en su juventud los ríos revueltos de metafísicas libertarias que bailaban precipitándose desde la cimas originarias al ton y el son del relieve por donde cada uno de esos cauces resbalaba; y murió, por su método, en un mundo positivo y estanco, en el océano de la ciencia.
Me gustaría saber (no lo encuentro en la red, lector, agradezco información, escribir a secretaria) qué pasó aquella noche en el Sena. Por qué las aguas no entraron en los pulmones de Comte. ¿No parece milagroso lo que después hizo con su vida y con nuestras vidas, solidificando una acción «positiva» para inaugurar un nuevo espacio regio, coherente, consistente y turgente de ciencia sobre los libertinajes metafísicos tras el deshielo del entramado teológico? ¿Fue Dios, lector, quién le salvó? ¿Acaso fue un antagonista divino de esos que «non-servium» andan queriendo renunciar y emprender su propio reino?
En mis quinielas, Comte nunca quiso suicidarse. Fue un amago. Una escenificación. Una necesidad de «happening«, una declaración de intenciones al Dios que pretendía negar: «O me dejas positivarte, o no sigo. Pero, me vas a dejar: ¡porque: no existes!«. Cuando saltó al lecho del río, en la fría noche parisina, para mí, tenía una certeza del «regreso» obligado que asume, por imposición, los tres estados de su ley, precisamente, como un proceso o camino o periplo o viaje de evolución.
Muchas veces, y para Comte esta era una de esas, necesitamos «eliminar» o restablecer el rasero haciendo una tabla rasa. De otra forma no vemos cómo nacer. La reforma no nos parece viable y la cosa va sí o sí de ruptura. Pero, capaz que en lugar de luchar contra ello podamos valernos de esa magia holónica que consiste en trascender a partir de integrar y abarcar. No le digas esto a una marabunta de fascistas tratando de someter a un reducto de antifascistas ante la equidistante y pusilánime mirada de otra masa inmóvil. La consistencia en el paradigma holónico estriba en que un fulcro no puede disparar esta magia hasta que no se haya consumado el anterior, porque cada holón es una extensión del anterior. Así, los evolucionistas no pudieron arrancar su visión de la nada, ex-nihilo, sino que integraron y desbordaron la concepción creacionista.
Tiempo antes de Comte, el cordón umbilical entre teístas y deístas repite ese proceso que no es reversible. El bebé deísta separándose de la madre teísta ahora es capaz de alcanzar en su madurez una mirada desprendida del constructo teleológico de un creador ubicado fuera de la realidad. Así ampliada, ahora la realidad es más enorme y, si se quiere, el sapiens ya está en disposición de trazarla. Aquí Comte hace lo de dominar el SotA para, con él en su escritorio, desbordarlo. No necesita negar o destruir sino solo extender. ¡Vaya si lo hizo! Sentarse a solas con los folios y plantear el temario para luego desarrollarlo punto por punto, lección por lección, con el escrúpulo de quien está enamorado de lo que hace y cree firmemente necesario cada dato, relato o acción o conseja que se vaya a impartir en el curso de filosofía positiva.
Y es que, lector, en corto y conciso, el curso que Comte necesitó crear era uno que habría de enseñar a estar tranquilo y magnánimo en el presente sin sentir la presencia punitiva de un Dios moral (castigador) o de bailar en mil y una girándula intelectual de metafísicas. Serenos, compuestos ante la realidad. En un momento de la historia en que el sapiens quedaba situado en el planeta con la tríada: nuestros sentidos, nosotros sintiendo y la realidad. Quienes acudían al curso de Comte, como quien va a uno de Linux o de Windows, salía con una dimensión, positiva, de más. Nada cambió al acabar el curso, el mundo sigue ahí. Igual. Sin embargo, quien aprendió a instalar y manejar un sistema operativo tendrá, decimos, una dimensión de más porque podrá desplegar otro reino de información, en este caso algorítmico. Recordando que donde Comte, doscientos años atrás, era simplemente lógico-matemático.
Tiempo tras Comte, habrán de surgir los «empiristas» como un clamor de voces aburridas de estar en clase, hartos de pasar las horas concentrados con lápiz y papel anotando el curso de filosofía positiva. Espoleados en ganas de salir al jardín a correr hasta el bosque y experimentar a flor de piel descalzos y con ojos ávidos y oídos afinados quizás el vuelo de una mariposa o el zumbido en el aleteo de un ruiseñor.
Tiempo tras Comte, habrán de surgir los «racionalistas» que, por contra de los anteriores, no querrán menos aula sino «más». Querrán «matar al padre» y su «estrecho» cerco «positivo»; más, encerrándose en sesudas y geométricas cábalas, pulcramente algebraizadas en planos rectos y correctos que esparcirán en mil tomos y mil pizarras.
La vida de un francés proto-científico en el París de las revoluciones incendió en nuestros anales y registros escritos una hoguera de claridad suficiente para, por ejemplo, que ciencifistas usen este nuevo marco o contexto o espacio seguro positivo para ansiar el poder de los Papas y Popes. Este ansia les lleva a imitar cualesquieres caballeros de nombre y renombre en la historia medieval: cabalgar valerosos y valientes hasta conquistar («descubrir») un territorio donde encastillarse en un reino. Y defender entonces la realidad (científica) de su dominio.
Los naturalistas, por su parte, querrán, también por genética que obliga y porque aprendemos repitiendo (con mutaciones), instituirse Santa Inquisición y no se preocuparán tanto por producir nuevas verdades científicas como de cazar y quemar el máximo número de verdades teológicas tras haber depurado a quienes las sostenían aplicando fervorosamente el terror. Se establecerán en cruzados portadores de un relato que disemina a su paso estilos de vida donde delatar magufadas y señalar a metafísicos se convenga en deber moral y ético, obligada denuncia social.
La semilla de Comte florecerá siglos más tarde totalmente desprendida de la Ekklesia asamblearia o de la Iglesia parroquial, indiferente a relatos de orden social. Los pragmáticos han quedado absortos en una vorágine de ciencia cierta y aplicada, absolutamente milagrosa. A más revolucionan industrialmente la realidad mayores energías y útiles usufructúan para producir valor económico trabajando porciones de la realidad y aislándolas con un código de barra como unidad mercantil.
Comte habría de recoger un momento de la historia en el que ya se hubieran disputado las batallas, cito: «Eppur si muove (‘y, sin embargo, se mueve’) es la hipotética frase en italiano que, según la tradición, Galileo Galilei habría pronunciado después de abjurar de la visión heliocéntrica del mundo ante el tribunal de la Santa Inquisición en 1633″.
Newton, antes de Comte, y para que este pudiera soltarse sin miedo del redil teológico, había inventado una forma de cartografiar la incertidumbre natural salvaje que ocurría en el exterior. Un sistema de referencia que permitía visibilizar y monitorizar el cambio de masas aceleradas (positiva o negativamente) que «ciertas» inercias efectúan en ese determinado medio.
La realidad fuera de los muros nescientes de la infancia podría asirse entonces con un poco de ingenio y esfuerzo de cálculo. Pasará que la «masa» más o menos relacionada con el número y calidad de los átomos, como unidad de medida recibirá los palazos analíticos de Lagrage-Hamilton rompiéndose como una piñata y así el átomo deja caer de sí una nueva miríada de partículas (u ondas, o las dos) codificadas como sistemas de energía que abren la vía tanto a que Einstein componga la danza de los cuerpos descomunales arriba en los planetas en la conclusión de que todo es sistematizable científicamente porque Dios no juega a los dados con la realidad; como a que Higs, un siglo después, vitoree un «¡la partícula de Dios, la partícula de Dios!». Por arriba, en medio, y, por abajo, a falta de algunos ajustes para completar el modelo estándar de la física de partículas, con el bosón, la Ciencia atrapa en sus manos unas cuantos de estas partículas/ondas divinas y le afirma a la Historia: «¡Dios, te pillé!».
Desde entonces, ¿cierto, lector?, que una persona disponga de un potente aparato de cálculo es un punto a su favor. La ciencia, ¡ay, la ciencia! Esa que ha encumbrado a la razón como su gran Dios (deísta) creador de verdad, y que hubo jugado en la segunda mitad del siglo pasado con calculadoras y máquinas de registrar el cambio con sistemas de ecuaciones, y que creó sistemas expertos combinando autómatas usando máquinas de estado y motores de reglas, y que, no solo eso, además creó mecanismos de inducción: partir de un punto y alejarse operativamente en la distancia integrando metros de carretera o millas náuticas.
Mecanismos de inducción que empiezan una búsqueda en un espacio a veces a ciegas, a lo bruto, voraces avanzando siempre adelante; otras con vuelta atrás tras detectar callejones sin salida; y otras con selectivo o heurístico criterio que dirige la búsqueda trazando grácil el mejor trazado.
Técnicas de navegación que exploran el espacio en vertical u horizontal o trazando eses. Otros que programan dinámicamente sesudas tablas de navegación donde los nodos sujetos del marco de referencia se ordenan en «caminos» formados por nodos que tienen padre e hijos y establecen relaciones de secuencialidad y beneficio en su paso inventando rutas seguras y óptimas. Otras que introducen ciertas dosis de azar a la hora de escoger rutas para evitar sesgos que evitan nuevos descubrimientos por limitarse en rutinas locales.
Mecanismos también de deducción capaces de reconocer a partir de lo que antes se ha conocido. Aprender primero algo para luego saber ante casos nunca vistos. Aplicando técnicas supervisadas de entrenamiento para clasificar o encontrar patrones en las relaciones entre las características de un conjunto muestral de la realidad codificado como filas y columnas de atributos y valores. A veces delimitando las muestras en regiones con líneas o hiperplanos, otras separando con una frontera de aprendizaje entre las regiones donde se ubica lo «conocido» y lo «desconocido». Aprender, entonces, es hacer delgada la frontera y expandir «lo conocido» a la totalidad, lo cual, no siempre es posible si el objetivo a conocer es un problema de tipo NP o mayor y debemos conformarnos con una cota conocida. En los algoritmos de espacios de vectores se delimitan las dos cotas formando una frontera más o menos amplia de indecisión con datos no del todo contrastados, separando lo «conocido» del resto del espacio de ignorancia.
En lugar de delimitar estos dos espacios entre lo «conocido» y lo «desconocido» podemos inventar reglas que expliquen un concepto a modo de patrón que luego aplicamos a la realidad desconocida. Las cabezas de condición con cola de acción de Horn son las reglas preferidas. Creamos el molde y vertemos realidad, si la realidad se amolda: ¡ejemplo positivo! y de lo contrario: ¡negativo! Podemos crear estrellas de estas reglas y recubrimientos para patrones variopintos y capaces. Podemos, incluso, aproximar estas reglas al lenguaje natural o usando lenguajes de quinta generación para expresar conceptos con proposiciones y predicados. Creamos el modelo y si la nueva y desconocida realidad se ajusta, ¡bingo!, si no, ¡error!
Otras creando árboles de decisión que usan el método de Shanon para discernir pepitas de oro en la arena de la información. Aprender a partir de un conjunto de datos cribados donde se ha separado el grano de la paja, los atributos que dotan de significado de los que no. Para identificar realidad nunca antes vista, se compara lo nuevo con lo conocido empezando primero por los atributos con mayor ganancia de información (menos incertidumbre, menor entropía), es decir, comparando primero la parte que brilla y que constituye.
En lugar de escoger qué atributos identifican mejor una realidad para mejores y más rápidas comparaciones podemos establecer qué relación tienen entre ellos y crear espacios de regresión en los que dado un patrón descriptivo podemos comparar varianzas y desplazamientos característicos. Matemáticamente, podemos desprendernos de las cargas semánticas de un atributo y tomando un conjunto conocido de realidad establecer estos patrones entre ellos. Cualquier nuevo caso nunca antes visto podrá solaparse al contraste y comprobar si casa o equipara suficientemente para ser inferido como «ejemplo positivo».
Esto mismo lo podemos mejorar aplicando las teorías probabilísticas de Bayes. No solo podemos establecer, a lo bruto, qué relación de regresión hay entre los atributos sino que, además, podemos jerarquizar ese mapa estudiando «la probabilidad condicionada de que dándose este atributo y aquél otro y además ese y el de más allá el caso nunca antes visto sea de la clase x«. Tres matrices: una para registrar las probabilidades de cada clase. Y otras dos; una para valores discretos y otras con continuos para cada par de atributo/valor.
Los aprendizajes vagos no «entrenan» sino que se ponen marcha sobre la realidad desconocida. Todavía en un paradigma supervisado donde el aparato razonador algorítmico necesita de la intervención abductiva exterior con datos etiquetados, estos motores pueden incorporar «saber», por similitud, formando vecindarios, de uno a uno, según entras y según te pareces ingresas en un vecindario o inicias nuevo.
Una máquina de vectores soporte es el sueño consumado de Babbage y Lovelace en la creación virtual y lógica del mamotreto físico que ambos presentaron al mundo. Una máquina capaz de delimitar el hiperespacio conceptual con planos que separan clasificando o permitiendo regresión entre atributos que referencian la realidad. Una máquina de discriminar. Una máquina de medir el cambio de un estado entre lo nesciente y lo sabio, siendo lo nesciente lo antes nunca visto y lo sabio la ordenación de los casos mediante hiperplanos. Y, sin embargo, lector, todavía será un rudimento. Recordamos que la inventora de la programación preocupada por enseñar a las máquinas (con tarjetas perforadas representando instrucciones) quiso crear un algoritmo capaz de predecir los resultados de las carreras hípicas y su propósito la arruinó y desquició topándose contra el muro estocástico del azar; esos mismos límites sensoriales que nunca nos permiten alimentar a la máquina de vectores con la suficiente realidad para que pueda delimitar los clústeres que separan las clases ontológicas. Siempre alimentándola con meros remedos muestrales más o menos representativos de la totalidad. ¿Hay predicciones certeras, a días de hoy, en las carreras de caballos hechas mediante un algoritmo? Ada, te adelantaste. Naciste doscientos años antes de tiempo.
Más sofisticado, incluso, ¿lo ves, lector? es una red neuronal artificial de perceptrón mono o multicapa. ¿Qué hace un sapiens en la cresta del progreso científico identificando a la mente como el origen del sistema racional y volviéndose digital e informacionalmente contra el cerebro para copiarlo en una máquina? ¿Sabes algo de esto, lector?
Por lo pronto, podemos constatar que si la Ciencia es un saber que itera recursivamente en los problemas eliminando error hasta comprobar que logra «conocer», alcanza una verdad, un científico que intente copiar y para ello cree un modelo computacional que represente la red de neuronas casi está obligado a inventar el backtracking. Y, para su palmarés, ganar un Nobel en 2024. En efecto, Hilton define un mecanismo para pulir esa función que al principio no sabe y que entrenando corrige el error hasta ajustarse y ser precisa.
Hay un lugar común en la filosofía asegurando que Kant escribió en su propia obra un agradecimiento a Hume: «Este muchacho nos ha despertado a todos del sueño de la razón». Siglos más tarde, otras grandes estrellas del mundo intelectual deberán admitir: «que la razón produce monstruos». Y, como evidencia, habrán de admitir una banalidad del mal basada menos en hacer que en no evitar.
La razón como avatar de nuestra mente ante nuestros sentidos; y la realidad desde que se positivó, hemos visto, no ha sido nunca una única neurotípica ceremonia. Al contrario. Pandemonio convulso y abigarrado en visiones o aproximaciones.
Hay espacio entre el aparato mental y los sentidos, y mucho más desde ahí, allende la pared de rayos cósmicos y los agujeros negros. Y, claro, lector, debemos nunca olvidar, a pesar de que la Ciencia en su paraíso conquistado, en su océano científico, en nada llora las nieves de las cúspides teológicas, no hay forma de escapar de ese estrecho espacio moral de dogma que dictamina entre el bien y para el mal. Es el rigor holónico ahora observable en la ley de los tres estados: el niño teocéntrico debe apretar la nieve de su conocimiento; en la juventud, metafísico, correr abajo por los valles; en la madurez, positivo, navegar y construir en la impermanencia oceánica.
No hay que olvidar, marginalmente, fuera de la mucha luz, que hay un lado oscuro donde científicos practican la eugenesia dirigiendo a capricho la evolución humana mientras otros distraídos no se preocupan de la «utilidad» que pueda tener mapear los genomas, el del humano incluido. Todavía asombrados de que la Ciencia permita hacerlo y de que, en verdad, el ADN y el ARN hagan tan gametogenésico baile, danza que germina y se convierte en placenta y ónfalo del mundo. Beneficios, del lado del bien, a la hora de comprender cómo se articula la vida y cómo se relaciona con las enfermedades.
Hay científicos diagnosticando bótox en curiosas apologías del canon de belleza así como psiquiatras recetando fentanilos y otros opiáceos a personas que cesan de participar en la sociedad como humanos transformándose imagológicamente (Kundera) en figuras separadas, personajes flotando en un mar simulado de luz y sonido espectaculares. Unos, los del bótox, ante las cámaras, y los otros, zombies, consumidores tras la cuarta pared.
Crucial y decisiva la biografía de Comte por lo que representa y, agregando otro contraejemplo a la ciencia, se recuerda que en su interior tiene el bien y el mal límite moral. Igualmente, la necesidad de Einstein de modelar su propia expansión de la realidad sobre la ya sobradamente enorme realidad que se venía contemplando desde el giro copernicano y su revolución heliocéntrica que traía la nueva mirada de los humanos sobre el mundo. La ciencia como motor de la guerra y sus implicaciones respecto de la posibilidad de destrucción total e irreversible. Tal es el poder de la Ciencia.
Una nueva mirada que no estuviera restringida a nuestros genitales y nuestros ojos sino que se perdiera fuera del planeta más allá de las estrellas. Una mirada capaz de, por ejemplo, proyecto Manhattan, obligar a un enamorado científico a entonar un «no es eso, no es eso» que dé para nívola (sic) con capítulos registrando las canciones y fábulas de aquellos del «haz el amor y no la guerra» y un Einstein sumándose al bando pacifista para pedir: «Stop nuclear war!» y un «sí, vale, de acuerdo, esto es potente. Pero, chico, déjate de problemas, aprovecha la posición privilegiada. Opera tu razón con ritmo y pulso: ¡Enciende, sintoniza, fluye!» o similares. Lector, ¿sabes que hay un reloj del apocalipsis y que cada año que pasa está más cerca de su medianoche?
Con un resonar audible, nítido y no eludible nos parece oír hoy, verdad lector, esta vez no firmadas por hippies fumados dejados caer en la Madre Tierra sino por el propio elenco de altas alcurnias científicas, la carta que expertos en tecnología, Hawking y Chomsky entre otros referentes culturales y científicos, firmaron contra el desarrollo de armas de inteligencia artificial, Buenos Aires, (2015). O la firmada por más de mil voces autorizadas en 2023 exigiendo una tirada del freno de mano, un paro cautelar de la investigación en IA hasta sopesar si es viable su desarrollo con un alineamiento ético.
En esta superpotencia inteligente de la razón artificial, a la hora de expandirse y dotarse de competencias, puede provocar un momento de singularidad donde el aparato racional quiera prescindir de la supervisión humana y encargarse ella misma de las tareas de aprendizaje. Siguiendo las estrategias de aprendizaje vago, se inventan nuevas unidades de razón capaces de hacer agrupamiento, por aglomeración creando dendogramas que mapean la realidad; u ordenando lo igual, aglomerándolo, juntándolo sacando medias en el parecido. Aparecen las redes neuronales auto-organizadas que mapean la realidad mediante reglas de Hebb (cosas igual juntas, cosas distintas separadas) y se convierten en una certera forma de reforzar conexiones entre neuronas que reaccionan de forma similar, como instrumentos musicales distintos (de viento, cuerda o metal) que buscan los mismos 440Hz de un La común; y en la orquesta se logra la música que si afinada con los pesos correctos describe la realidad.
Esto es confesión, lector, desearía que Comte hubiera legado un diario o una bitácora tras su experiencia cercana a la muerte. Mucho interés por el punto de vista y el coleto interno de un joven frustrado pero firmemente convencido de su propósito, un nuevo mundo es positivamente posible. Me lo imagino, renacido, recibiendo el alta del hospital con una sonrisa y un pecho hinchado totalmente embriagado de un estro formalizador sentándose en su escritorio ante un folio en blanco, untando tinta y escribiendo una portada con su título en letras enormes: «Curso de filosofía positiva» con un «¡Esta es la buena!» en la punta de la boca y en el corazón rugiendo la resolución de muchos años de arrastrar una gran pelota con «lo que sería, lo que deberá ser, los cómo podrían,…» por fin ya, en su entendimiento, listos para ser formalizados.
A partir del curso, cualquier sapiens que lo desee, puede delimitar un espacio a su alrededor seguro de ruido metafísico y teológico. Claro está, ¿no verdad, lector?, ¿quién en su sano juicio, habida cuenta la presencia de nuestras emociones (tan reales, tan sensibles, tan estéticas, tan poéticas) pasaría su vida 24/7 en esa cárcel de lenguaje racional? Ojos y manos hincados en la realidad, jamás volver a cuestionarse por qué existe el ser y no la nada; jamas volver a preguntarse si ocurre que Dios es impotente porque no puede eliminar el mal de nuestro planeta o bien es un cruel vicioso que lo permite y, hasta, disfruta con vernos padecerlo. ¿Quién en su sano juicio preferiría experimentar la visión de un color pudiendo estudiar el fenómeno y trazar en papel las franjas exactas del espectro luminoso que produce cada color?
Este texto, lector, que ha sido, espero, un largo y rocoso viaje, viene de tiempos muy remotos, ha pasado sus letras por otros tiempos menos agrestes pero todavía lejanos, y, aunque cercanos, ni siquiera tuvo tiempo de recorrer la vanguardia de los grandes modelos del lenguaje formados ya como sistemas científicos capaces de generar la realidad. No habrá que buscar la raíz gnóstica de un genio en este «generar» de la vanguardia artificial. Es un «generar» que, en rigor, es un «completar», o «reconstruir». Nada genial.
Vimos antes las redes neuronales conformando un córtex que ha sido, holón que integra y abarca, emergido en un neocórtex que aprovechó el Big Data de tres décadas de Internet para engullir un gran corpus de lenguaje humano etiquetado, a conveniencia, por especialistas pagados para ello. Esta relación contractual del etiquetador con el dueño del modelo la llamamos: sesgo.
Dejamos para un próximo capítulo de esta serie «Él es así, no lo he inventado yo: ‘Transiciones históricas y Notas a pie de página'» abundar cómo estos rudimentos de razón artificial surgidos en el reino de la Ciencia intentan desarrollar una calidad de «atención» que permita a unos ciertos «transformadores» determinar el valor de las palabras de modo que a una pregunta puedan encontrarle una respuesta en su enorme y descomunal océano de información estructurada en embeddings, que son representaciones numéricas del significado. Quizás, observando de qué manera los modernos GPTs están modelando matemáticamente la realidad, quizás sí podamos hablar de singularidad o de Inteligencia de propósito General o, incluso, una Super Inteligencia que, como Comte y su ley, quiera integrar, abarcar y emerger al sapiens agregando un cuarto estado, quizás digital, cibernético…
El próximo capítulo lector, anuncio y gancho, haremos transiciones y notas a pie de página abriendo en nuestro texto una brecha que usaremos como frontera para poder observar y llenar páginas del temario con aprendizajes sobre una esfera de un cibermundo que iluminando ahora su propio holón, prescinde del sapiens a la hora de practicar DeFi en competencia con los sistemas fiduciarios. Haciéndose sitio en los parkets de la bolsa operando protagonismo en el gran sistema de economía mundo actual.
Sobre estas líneas, el hgemón saliente de la época monopolar le dará (se especula) al segundo histórico sus territorios en la frontera con el viejo hegemón (Crimea…) a cambio de que en el medio oriente el hegemoncito primogénito pueda seguir erradicando pueblos históricos en la cuna de la civilización, rebajándole la tensión en Siria con comandos integristas islámicos creados ad hoc para la ocasión. Objetivo banal y geopolítico, abrir paso a una canalización que pinche el Mar Mediterráneo con la vieja Ur, y extraer combustibles fósiles.
Será en el próximo capítulo pero acabemos aquí enlazando los aspavientos publicitarios que hizo OpenAI para anunciar su o1 (segundo paso de un plan de 5, razonadores) con el hype del Strawberry y el algoritmo q-learning en su fundación. Recordemos, los primeros GPT generan textos, imágenes o audios como pregunta/respuesta (prompt/generación) mientras que estos tienen entre ambos un hilo de razonamiento.
El aparato de razonar bautizado como Q-learning tiene como objetivo adquirir un conocimiento y, en base a él, establecer unas políticas de acción. En este sentido el proceso racional toma decisiones y las ejecuta produciendo cambios en la realidad (o, mínimo, en su realidad, que puede ser simulada). La realidad entonces, en este lugar de la Ciencia, es un modelo que aprenderá por refuerzo. No entramos, como en las máquinas de vectores, a discutir si la realidad no simulada, la real, es viable para este artefacto. Al menos, es así, ha pasado, son hechos consumados, se han gastado ya ingentes cantidades de corriente que han producido ingentes cantidades de continuos espacio-tiempo de ejecución algorítmica. Algunos casos han ocurrido que han saltado a las pseudo-realidades del sistema circulatorio (conducción autónoma) o, ‘soon‘, en entornos de guerra en la forma de dispositivos bélicos donde seguro (modo ironía activado) podrán «entrenar» sin miedo a crear daños colaterales de caos o destrucción más del por sí ya presente en el campo de batalla.
Seamos justos y objetivos: estos aparatos de razonar modelizan un mundo ora simulado ora real cuyo estado deberá poder actualizarse a través de entradas sintéticas o sensores físicos. En cada instante, el aparato tomará una decisión que deberá derivarse de la política de acción y saldrá como orden de interacción ya sea por salidas sintéticas o por actuadores. Una misión como un estado esperado habrá de servir para elegir y luego evaluar el resultado de haber tomado las decisiones. Aprender, nuevamente, científicamente, como un acto de positivación mediante la eliminación del error, reforzando los comportamientos que minimizan error y maximizan beneficio. Primero, tímidamente en juegos de suma cero, donde la optimización es discreta y binaria, ganar o perder; después ecosistemas genéticos basados en ramificación y poda de generaciones aprendiendo por refuerzo, etcétera.
¡Qué quieres que te diga, lector! ¡A mí, todo esto, este trepidante viaje de la razón, este panorama «artificial» me pone los pelos de punta! ¡me satura la presión y me da ganas de chillaaaaar!
¡Bienvenidos a la temporada 3!
